
Algún detalle de mi experiencia en Argentina
Durante 2016 pude pasar unos meses en Córdoba (Argentina) gracias a una beca ILA del banco Santander. Igual que muchos otros, me fui con ideas preconcebidas que luego nada tenían que ver con la realidad. Esperaba encontrarme un país mucho más pobre en el que incluso las ciudades tuvieran un aire muy tropical. Me vino bien mi tiempo allí para darme una lección a mí misma, para aprender a luchar contra los prejuicios. Argentina es un país precioso, y tiene sus más y sus menos. Está pasando, sin duda, por una época de fuerte crisis económica, política y social, pero no es un país, sencillamente, «pobre». Tiene ciudades preciosas y llenas de vida, que, por cierto, parecen totalmente europizadas, aunque también tiene lugares que, efectivamente, sí son muy pobres.
He visto en zonas rurales niños descalzos, sucios, tratando de venderme ramitas de árbol con formas curiosas a cambio de dinero o comida. Y también he visto en ciudades a niños que entraban a restaurantes a pedir dinero o comida a los comensales. Queda mucho por avanzar (por no hablar ya de política o de machismo). No obstante, de toda Sudamérica, es, sin duda, uno de los mejores países.
Después de mi experiencia allí, me quedo con muchas cosas, pero sobre todo con la forma de ser de sus gentes y con sus paisajes. Si hablamos de forma de ser, tenemos que hablar del mate. Mejor dicho: la droga del mate. Nunca olvidaré la familiaridad con la que profesores y alumnos se pasaban entre sí el mate durante las clases. Mi cara al verlo por primera vez tuvo que ser emblemática. No tenía absolutamente nada que ver con España. Jamás se habrá visto algo así en la península ibérica. ¿Compartir mate o cualquier otra bebida durante una clase en España, entre profesor y alumnos, con tanta naturalidad? Habría que verlo. Me encantó.
Tampoco olvidaré la magnífica naturaleza que cubre Argentina. Ni el precioso campus de la Universidad Nacional de Córdoba. Ni la multitud de perros que se paseaba por el campus y que muchas veces nos acompañaba en las clases, a veces a la misma altura que los profesores. Eso jamás lo habría concebido en España. Y también me encantó. Eso sí, sufría con que hubiera tantos perros abandonados. Pero por lo menos estaban bien cuidados en el campus. Algo es algo. Una vez, uno de los perros, durante las clases, le estuvo pidiendo a un compañero que estaba comiendo galletas que las compartiera con él. Le dio solamente una, pero el perro se mantuvo ahí, firme, insistiendo, hasta que consiguió que el muchacho le acabara dando, una a una, todas las galletas que le quedaban. Se puede decir, como se dice en mi pueblo, que los perros de la UNC están bien hermosos.
Sea como sea, Argentina se quedó parte de mí. Volvería mil veces.
Y tengo tantas cosas que decir sobre este país que no cabrían en un solo post.
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