
Malas experiencias con taxis en China
Coger un taxi en este país puede ser una auténtica odisea. Lo mismo nos resulta lo más cómodo del mundo que lo más terrible. Todavía peor si no hablamos bien el idioma (o no lo hablamos en absoluto), y aún me atrevería a decir que la situación empeora si somos mujer y estamos solas. No por nada relacionado con fines sexuales (que en ocasiones, claro, también), sino por lo muy a la torera que nos pueden llegar a tomar. Por eso, conviene conocer bien cómo funciona este transporte en China antes de utilizarlo. Y ya no solo «cómo funciona», sino cómo lo emplean algunos taxistas.
Expliqué muy detalladamente en Cómo sobrevivir en China sin saber chino todo lo relacionado con el taxi y sus procedimientos, además de algunas experiencias personales, pero la lista de anécdotas no hace más que alargarse y me parece que pueden ser útiles para otros extranjeros por estas tierras.
Activar el taxímetro no siempre es suficiente
Decía en ese artículo que lo más importante es asegurarnos de que activan el taxímetro al poner el vehículo en marcha y que, una vez está activado, simplemente tenemos que asegurarnos de que están siguiendo la ruta correctamente y no tomando desvíos para cobrarnos más. Pues bien, hay aquí otro problema que sufrí en primera persona y que, tras preguntar a otros compañeros en China, he descubierto que es algo más habitual de lo que nos gustaría.
Pueden trucar el contador. Eso significa que aunque lo activaran en el momento oportuno y siguieran la ruta por la vía más rápida, si han trucado el taxímetro, en el momento de pagar saldrá la cifra que les venga en gana a ellos. Mi experiencia en esta cuestión fue bastante incómoda, porque volvía sola desde un aeropuerto hasta mi piso. Para ser más exactos, desde el Aeropuerto Internacional de Harbin (Taiping, 哈尔滨太平国际机场), en la provincia de Heilongjiang, en el norte de China.
Experiencia desagradable en un trayecto conocido
Ya había hecho ese trayecto varias veces, con lo que conocía el precio habitual. De hecho, tenía constancia de esos cobros en mi mismo Wechat, porque lo había usado para pagar, y oscilaba en torno a los 80-90 yuanes (10-11€). Por eso, como de costumbre, le señalé al taxista el lugar en el que tenía que parar, abrí la aplicación de Wechat para hacer el pago, escaneé el código QR y… miré la cifra en yuanes del contador. Ahí me quedé helada. Tuve que asegurarme de que la había visto bien. 189 yuanes, es decir, más del doble de lo que me habían estado cobrando en todas las demás ocasiones.
Evidentemente, dentro de los timos, no es ni de cerca el más escandaloso en cuanto a la cantidad de dinero. La rabia del momento residió en el hecho de que me quisiera timar, en tomarme por gilip*****, en las maneras tan agresivas del conductor, y en algunas cosas más que derivaron de mi obcecación en no permitir el timo.
Me negué a pagar
Me negué a pagar e insistí en que me dijera el precio real. No había forma. Le dije entonces que iba a llamar a la policía y me respondió que procediera a ello. En esos momentos, sinceramente, no tenía ni la más mínima idea ni de cuál era el teléfono de la policía, ni si me harían el más mínimo caso, ni si hablarían en inglés, ni nada de nada. Pero, desde luego, no se iban a quedar las cosas como estaban, de igual modo que tampoco iba a huir de allí, estando mi maleta en el maletero del taxi.
Bastante nerviosa por la rabia y la impotencia, llamé a un alumno. Pues bien: tan pronto como escuchó el tono de la llamada, es decir, que estaba llamando yo de verdad, creyó que estaba poniéndome en contacto con la policía y se alarmó. Me pidió que colgara y pareció acceder a renunciar a su timo. Aprovechando entonces la nueva situación de ventaja, lo dejé creer que estaba llamando a la policía y colgué. Pero entonces me dijo que propusiera yo otro precio.
No quise regatear y exigí el precio real
Desde luego, después de aquello, lo que menos me apetecía era empezar a regatear. Quería el precio justo, el real. El hombre se negó de nuevo. ¿Y qué hizo? Se puso a conducir el coche en contra de mi voluntad. Entonces, si ya había yo elevado el tono de voz antes, en aquel momento, evidentemente, la situación tomó un cariz bastante peor, y entre gritos en los que le exigía que parara inmediatamente recibió de todo menos halagos.
El conductor frenó de nuevo a un lado de la calzada, también cada vez más nervioso, y volvió a pedirme que sugiriera un precio, proponiéndome otras cantidades también superiores. Me volví a negar y le exigí que me dijera el precio real. En ese momento, empezó a conducir otra vez.
Abrí la puerta del coche y comencé a gritar
Con el coche en movimiento y sin hacerme ningún caso en mi exigencia de que frenara, abrí la puerta y comencé a gritar y a hacer aspavientos. Nadie me prestó la más mínima atención. No obstante, mis gritos y mi señal de alarma le hicieron pensar al taxista que había llegado a un punto de no retorno. Todavía más nervioso que antes, paró el coche. A gritos, le dije que le iba a pagar 80 yuanes, ni un céntimo más. Accedió.
No hasta que me bajara la maleta
Pero, desde luego y después de aquello, no pensaba pagarle ni un solo céntimo hasta que no me sacara la maleta del maletero. Tuve que repetírselo un par de veces y tan pronto como bajó él del coche bajé yo. Una vez me dio la maleta y después de alejarme unos metros, pagué por Wechat. Y lo hice especialmente para tener su información: al pagarle, quedaban reflejados en mi móvil sus datos.
Por supuesto, el hecho de que accediera a cobrar menos (aunque no mucho menos) de lo que vale el propio trayecto habla por sí mismo de que era consciente de que había sobrepasado todos los límites. En cuanto a la denuncia que revoloteaba por mi cabeza en esos momentos, no la llevé a cabo. ¿Las razones? Nada más llegar, informé a otras personas de rangos superiores en mi puesto de trabajo y me lo desaconsejaron. No serviría de nada, dijeron. Pues nada.
Días después, la misma situación pero con estudiantes chinos
Curiosamente, cerca de dos semanas después sucedió la misma situación de timo pero con estudiantes chinos. Y la infracción relacionada con el timo fue todavía peor, porque a ellos les exigieron una cantidad de dinero bastante desorbitada. Seis estudiantes de Guangzhou se dividieron en dos coches desde el aeropuerto para llegar al centro de Harbin. Allí, ambos taxistas les pidieron 550 yuanes, es decir, un total de 1100 RMB (142€ aprox.).
Aunque se quejaron en ese momento de que les estaban cobrando excesivamente de más, los taxistas se excusaron. No obstante, denunciaron públicamente, llegó la noticia hasta las autoridades de la ciudad y, afortunadamente, los conductores han perdido su licencia y han sido amonestados públicamente, y supongo que también económicamente. Además, las autoridades han pagado íntegramente el robo a los estudiantes, y animan a denunciar estas situaciones, que parece ser que son bastantes comunes. Se puede leer la noticia en chino aquí (para traducirla, sabéis cómo utilizando estos trucos que ya vimos).
En cualquier caso, mi experiencia en esta ocasión fue especialmente desagradable no por el intento de timo, sino porque el taxista condujera en contra de mi voluntad. Fue una sensación muy incómoda y que me hizo sentir insegura en China por primera vez. Porque timar, como ya habréis leído en muchos otros de los artículos de este blog, es algo habitual por aquí de cara a los extranjeros, y lo hemos vivenciado en infinitas ocasiones, pero nunca nada que nos creara inseguridad.
Solución: Didi
La solución para evitar lidiar con taxistas es usar una aplicación absolutamente extendida y asentada aquí: Didi. Su nombre chino es 滴滴出行. Además, no es necesario descargar la app, porque también se puede usar desde los miniprogramas de Wechat. Después de haber configurado el método de pago, es tan fácil como señalar nuestra ubicación y escribir el destino, y en apenas unos minutos tendremos un coche esperando que estará monitorizado y controlado por la empresa para comprobar que no se produce ninguna anomalía en su conducción. No necesitaremos ni comunicarnos con el conductor, lo que es un gran plus cuando no hablamos chino.
También, hay disponible un botón de socorro en la app por si el conductor pretende algo contra nosotros, cosa de la que no disponemos yendo en taxi. Aparte de todo eso, queda grabado todo el recorrido y la app nos informa en todo momento de dónde estamos, por dónde ha de avanzar el coche, cuánto tiempo queda para el destino, etc. Y si al acabar el recorrido ha sucedido algo con lo que no estamos contentos, podemos reclamar. Es, desde luego, una opción bastante buena para evitar los problemas que nos pueden traer los taxis públicos.
Conclusión
Esta es solo una experiencia más de las muchísimas malas que he experimentado con taxis en China, pero decir que todos los trayectos en taxi son malos sería falso. He tenido conductores muy simpáticos, otros muy correctos y otros absolutamente neutros que por no hacer ni saludaban. La cuestión es que por ser tan baratos he recurrido al taxi en cientos de ocasiones, por lo que, por estadística, de vez en cuando tiene que salir alguno malo. Entonces, no se trata de que todos sean unos energúmenos en potencia, sino de que no nos confiemos y estemos pendientes ante cualquier sospecha.
Pdta.: la foto principal de este artículo es la que tomé de un taxi al comienzo de una gran movida que cuento en Gran Buda de Leshan. Antes de la aventura con el taxi que cuento allí y después de haberle pagado una buena suma de dinero, nos hizo bajar del coche para hacerle unas pruebas en una gasolinera, pero hice la foto porque, como os imaginaréis, no nos fiamos un pelo.
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